Ya era tarde, el reloj casi marcaba las 6 y la jornada laboral del castaño todavía no terminaba. Caminaba descuidadamente jalando su carrito de conserje, llevando al hombro un maltratado trapeador y de vez en vez mirando embobado a las atractivas jovencitas que se cruzaban en su camino; llevaba puesto un overol color gris con su nombre bordado (su uniforme), el cabello más revuelto que de costumbre y mientras avanzaba por el parque no dejaba de tatarear una canción tan vieja que posiblemente ...
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